“Aquella noche Mark pidió a Dios en sus oraciones que dejara vivir a Frankie. Dios atendió su oración. Seis semanas más tarde, Frankie estaba en casa… ¡y Mamá lo tuvo en algodones desde entonces! Incluso ahora, años más tarde, cuando Mamá pedía a Mark que bajara a la carbonera por una cubeta de carbón, si Mark se atrevía a sugerir que debía tocarle a Frankie alguna vez, se encontraba con un mal gesto de madre y la respuesta habitual: “¡Recuerda la meningitis!”. Mark aprendió de todo esto una lección valiosa: ¡no te precipites demasiado con tus oraciones!”
Brendan O'Carroll, "La mamá" (pág. 32).
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