"El hambre ordinaria, que todo el mundo conoce, podía mitigarse por unas horas con una sopa de nabos que cicateaba las gotas de grasa, incluso con patatas congeladas; al ansia de amor carnal, ese ímpetu de un dese inoportuno, jadeante, siempre renovada, que no se alejaba silbando, se podía matar en alguna oportunidad al acecho o, temporalmente, con mano rápida,; sin embargo, mi hambre de arte, la necesidad de hacerme una imagen de todo lo que estaba inmóvil o en movimiento, y por lo tanto de todo objeto que arrojara sombra, también de lo invisible, por ejemplo del Espíritu Santo y su enemigo íntimo, el capital siempre fugitivo - aunque fuera adornado con estatuas a institución bancaria del Bando di Santo Spirito, como templo de lo obsceno -, esa ansia de tomar posesión gráficamente no podía saciarse, estaba despierta el día entero y hasta en sueño, y solo se alimentaba con promesas, cuando yo quería aprender el arte o lo que, en mi estrechez de miras, consideraba arte; de momento, las circunstancias del invierno del cuarenta y seis-cuarenta y siete se opusieron a mis deseos. "
"Pelando la cebolla" de Günter Grass, pág 262.
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